1.23.2007

Ha muerto Ryszard Kapuscinski


Algunos artistas, supongo que sólo los mejores, consiguen a través de sus obras que lleguemos a tomarles cariño, no sé si porque admiramos su trabajo o porque de alguna manera, disfrutándolo, intuimos a la persona que hay detrás.
Para mi Kapuscinski ha sido uno de esos maestros del que me hice amiga a través de sus páginas. Me recomendó el libro "Ébano" una profesora de la universidad y me gustó tanto, que decidí que algún día viajaría a África para ver con mis propios ojos la realidad que describe.
Siento que de alguna manera su forma de escribir y de pensar "mi ha colpito" (como dicen los italianos) y ha fomentado que me interesara por conocer otros lugares así que le estoy muy agradecida y me ha dado mucha pena saber que ha muerto.
De legado deja sus libros y un montón de premios que yo ni siquiera sabía que había ganado. Aunque seguramente y como era periodista, para él el mejor premio sería el hecho de haber vivido tantas cosas y habérselas contado al mundo.
--------La noticia de "El País"
El escritor y periodista polaco Ryszard Kapuscinski ha fallecido en Varsovia a los 75 años. Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en 2003, era uno de los grandes maestros del periodismo moderno y el autor polaco más traducido y publicado en el extranjero. El escritor, que sufría de una grave enfermedad, fue sometido a una complicada operación el pasado sábado.
Kapuscinski nació el 4 de marzo de 1932 en Pinsk y era licenciado en Historia. Con 17 años se inició dentro del periodismo en la revista Hoy y mañana, pero su profesionalidad se forjó en la agencia de noticias polaca PAP, para la que trabajó de reportero durante 30 años (1958-1981). Durante ese tiempo fue testigo de infinidad de acontecimientos mundiales como los numerosos cambios políticos de países del Tercer Mundo, desde Angola hasta el antiguo Zaire (hoy República Democrática del Congo). Asimismo, cubrió la llegada de la descolonización y la consiguiente independencia en el Tercer Mundo, además de hechos históricos como la caída del régimen democrático chileno o la revolución iraní.
En su dilatada carrera presenció 27 revoluciones, vivió 12 frentes de guerra y fue condenado en cuatro ocasiones a ser fusilado. Harto de la censura polaca, a partir de la década de los 80 empezó a colaborar con periódicos y revistas internacionales, como The New York Times o Frankfurter Allgemeine Zeitung, a la vez que se introducía de lleno en el campo literario a través del gran reportaje.
Mejor periodista polaco del siglo XX
El que fue elegido en 1999 mejor periodista polaco del siglo XX y distinguido con el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en 2003 tiene una veintena de libros publicados. Se estrenó como autor con Bus po polsku (1962), pero el primero de importancia fue El emperador (1978, en castellano en 1989), sobre la caída del trono de Haile Selassie en Etiopía en 1974. Al título anterior siguieron El Sha o la desmesura del poder (1987) -narración de la salida de Reza Palhlevi de Irán-, Lapidarium (1990), La guerra del fútbol y otros personajes (1992), El imperio (1993) -de la ya extinta URSS-, Ébano (1998), Los cínicos no sirven para este oficio (2000) -en el que habla del buen periodismo-, Desde África (2001), Los cinco sentidos del periodista (2003) y el libro-taller de la Fundación para un Nuevo Periodismo Latinoamericano (FNPI, 2004).
En 2004 expuso una muestra fotográfica propia en el pabellón de Europa instalado en la Feria del Libro de Madrid titulada África en la mirada, una selección de cuatro décadas de viajes por el continente negro de Kapuscinski que reveló una faceta suya menos conocida.
En ese mismo año fue galardonado con el Premio Bruno Kreisky para libros políticos de Austria y doctorado honoris causa en 2005 por la Universidad catalana Ramón Llull. Dedicó los últimos años de su vida a viajar, impartir conferencias y reflexionar sobre el proceso de la globalización y sus consecuencias para la civilización humana. Además continuó escribiendo libros en su casa de Varsovia, donde fijó su última residencia.
Premio Príncipe de Asturias
En el acta del jurado que le concedió el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, se destacaba que Kapuscinski se le otorgaba el galardón " por su preocupación por los sectores más desfavorecidos y por su independencia frente a presiones de todo signo, que han tratado de tergiversar su mensaje". "No se ha limitado a describir externamente los hechos sino que ha indagado sus causas y analizado las repercusiones, sobre todo entre los más humildes, con los que se siente hondamente comprometido", destacaba el jurado.
Y calificaba sus trabajos de "valiosos reportajes, agudas reflexiones sobre la realidad circundante y, al mismo tiempo, ejemplos de ética personal y profesional, en un mundo en que la información libre y no manipulada se hace más necesaria que nunca".

1.21.2007

El agua se termina para todos


Estos días estoy hirviendo el agua en Caracas porque, después de que mi compañero de casa tuviera unas bacterias extrañas que le tuvieron un mes en cama sin comer, los médicos le han dicho que no es de fiar ni el agua embotellada.
Me resulta muy raro eso de hervir el agua teniendo en cuenta que en Madrid es tan sencillo como abrir el grifo. El caso es que eso me recordó este artículo de Mario Vargas Llosa a cerca del problema que existe en el mundo por la ausencia de este bien que a nosotros nos resulta tan común:


El olor de la pobreza

Le pedí al oficial que me permitiera usar su baño. "Desde luego, doctor", me dijo, muy amable. "¿Quiere usted miccionar o defecar?". Le repuse que lo primero. Su curiosidad era académica porque el "baño" del puesto era un corralón a la intemperie donde micciones y defecaciones se confundían entre nubes de moscas y una pestilencia de vértigo.

Este recuerdo me ha acompañado sin tregua mientras, tapándome a ratos las narices, hojeaba las 422 páginas de un reciente informe publicado por las Naciones Unidas titulado "Más allá de la escasez: poder, pobreza y la crisis mundial del agua". El prudente título y la fría y neutral prosa burocrática en que está redactado no impide que este extraordinario estudio, inspirado sin duda en la sabia concepción de la economía y el progreso de Amartya Sen --un economista que no cree que el progreso consista en estadísticas--, estremezca al lector enfrentándolo con tanto rigor como crudeza con la realidad de la pobreza y sus horrores en el mundo en que vivimos. La investigación que han llevado a cabo Kevin Watkins y su equipo debería ser de consulta obligatoria para todos quienes quieren saber lo que son el subdesarrollo económico y la marginación social en términos prácticos y los abismos que separan a estas sociedades de las que han alcanzado ya medios y altos niveles de vida.

De esta lectura, la primera conclusión a la que llego es que el objeto emblemático de la civilización y el progreso no son el libro, el teléfono, el Internet ni la bomba atómica, sino el excusado. Dónde vacían su vejiga y sus intestinos los seres humanos es el factor determinante para saber si están todavía en la barbarie del subdesarrollo o han comenzado a progresar. Las consecuencias que tiene en la vida de las personas este hecho simple y trascendental son vertiginosas. La tercera parte de la población del planeta -- 2,6 millardos de personas--, cuando menos, no sabe lo que es un excusado, una letrina, un pozo séptico, y hace sus necesidades, como los animales, al pie de los árboles, junto a arroyos y manantiales, o en bolsas y latas que arroja en medio de la calle. Y 1 millardo utiliza para beber, cocinar, lavar la ropa y su higiene personal, aguas contaminadas por heces humanas y animales. A ello se debe que por lo menos 2 millones de niños mueran cada año de diarrea y que enfermedades infecciosas, como cólera, tifoidea y parasitosis, causadas por lo que el informe llama eufemísticamente "carecer de acceso al saneamiento", devasten enormes sectores de África, Asia y América Latina y sean la segunda causa de la mortalidad infantil en el mundo.

En un importante barrio de Nairobi (Kenya) llamado Kibera está generalizado el sistema de los llamados "inodoros volantes", bolsas de plástico que la gente utiliza para hacer sus necesidades y que luego arroja por los aires a la calle (de ahí el apodo). Esta práctica motiva que el nivel de enfermedades infecciosas en el barrio sea altísimo. Aquellas golpean sobre todo a los niños y a las mujeres. ¿Por qué a éstas? Porque como son ellas las que se ocupan sobre todo de la limpieza hogareña y del acarreo del agua están más expuestas que los hombres al contagio.

En Dharavi, un sector populoso de la ciudad de Mumbai, en la India, hay un solo water por cada 1.440 personas, y en la estación de las lluvias el agua que inunda las calles convierte a éstas en ríos de excrementos. La abundancia del líquido elemento es, en este caso como en el de muchas ciudades del tercer mundo, una tragedia, porque, dadas las condiciones de existencia, el agua, en lugar de ser la vida, es muchas veces el instrumento de la enfermedad y la muerte.
Y, sin embargo, paradójicamente, el problema del agua, inseparable del saneamiento, es acaso el principal que mantiene a los hombres y mujeres prisioneros del subdesarrollo. Los datos del informe son concluyentes. Cuando tienen agua, se trata por lo general de aguas servidas, que acarrean toda clase de bacterias y males que los enferman y matan, pero, en la mayoría de los casos, la pobreza condena a los pobres a una sequía que es todavía más catastrófica para su salud y sus posibilidades de mejorar sus condiciones de vida. Una de las demostraciones más chocantes de la investigación es que los pobres pagan mucho más cara el agua que los ricos, precisamente porque los pueblos y barrios donde viven carecen de instalaciones de agua y desagüe y tienen que comprarla a aguateros o servicios comerciales pagando precios exorbitantes. Así, por ejemplo, los habitantes de los barrios pobres de Yakarta (Indonesia), Manila (Filipinas) y Nairobi (Kenya) "pagan entre 5 y 10 veces más por unidad de agua que aquellos de las áreas de ingresos altos de sus propias ciudades y más de lo que pagan los consumidores de Londres o Nueva York". Ese precio desigual del agua hace que 20% de los hogares más pobres de El Salvador, Jamaica y Nicaragua inviertan la quinta parte de sus ingresos en agua. En tanto que en el Reino Unido el gasto promedio por agua de los ciudadanos es apenas 3% del ingreso.

No me resisto a citar esta estadística del informe: "Cuando un europeo utiliza la cisterna de un inodoro o un estadounidense se ducha, consumen más agua que la que tienen cientos de millones de personas que viven en los barrios urbanos pobres o las áreas urbanas de los países en desarrollo". Y otra es que con el agua que se ahorraría si los "civilizados" cerráramos los caños del lavador mientras nos cepillamos los dientes un continente entero de "bárbaros" podría bañarse.

A primera vista, se diría que no hay mucha relación posible entre la falta de agua y la educación de las niñas. Y, sin embargo, la hay y muy estrecha. El informe calcula que se pierden 443 millones de días escolares al año a causa de enfermedades relacionadas con el agua y que millones de niñas faltan a la escuela y reciben una educación deficiente o nula, y en todo caso inferior a la de los varones, porque diariamente deben ir a buscar agua a acequias, ríos y pozos que están a menudo a varias horas de camino de sus hogares.

En Los Miserables, Víctor Hugo escribió que "las cloacas son la conciencia de la ciudad", y, en una de esas interpolaciones del narrador que recorren la novela, mientras Jean Valjean pataleaba entre la mierda con el desmayado Marius a cuestas, intentó una curiosa interpretación de la historia a partir del excremento humano. Algo así hace este formidable estudio, sin la poesía y la elocuencia del gran romántico francés, pero con mucho mejor conocimiento científico. Proponiéndose nada más que describir las circunstancias y reverberaciones de un problema concreto que afecta a la tercera parte de la humanidad, este informe radiografía con dramática precisión el extraordinario privilegio de que gozamos las dos terceras partes restantes, cada vez que, casi sin darnos cuenta de ello, abrimos la canilla de un lavamanos o la regadera de la ducha para recibir esa lluvia de agua fresca que nos limpia y rejuvenece, o cuando, aguijoneados por un retortijón, nos encerramos en la intimidad de un excusado, aligeramos las entrañas y, solazados, limpiamos con un pedazo de papel higiénico todos los rastros de aquella ceremonia, jalamos una cadena y sentimos, en el torbellino del surtidor, que nuestras suciedades recónditas desaparecen en las entrañas de los desagües, lejos, lejos de nuestras vidas y olfatos, para bien de nuestra salud y buen gusto.

Qué infinitamente distinta a la nuestra es la experiencia de esos miles de millones de seres humanos que nacen, viven y mueren literalmente asfixiados por su propia inmundicia, a la que no consiguen arrancar de sus vidas, pues, visible o invisible, la mugre fecal que expulsan regresa a ellos como una maldición divina, en la comida que comen, el agua en que se lavan y hasta en el aire que respiran, enfermándolos y manteniéndolos en la mera subsistencia, sin posibilidades de salir del confinamiento en que malviven.

Uno de los aspectos más sombríos de este asunto es que, en gran parte debido al asco y la repelencia que todo lo relacionado con la mierda despierta en los seres humanos, los gobiernos y los organismos internacionales que promueven el desarrollo no suelen darle la prioridad que debería tener; lo frecuente es que lo subestimen y dediquen presupuestos insignificantes a planes de saneamiento. Y la verdad es que vivir en la suciedad no sólo enferma el cuerpo sino también el espíritu, la autoestima más elemental, el ánimo para rebelarse contra el infortunio y mantener viva la ilusión, motor de todo progreso. "Nacemos entre heces y orina", escribió San Agustín. Un estremecimiento como una viborilla de hielo en la espalda debería recorrernos al pensar que un tercio de nuestros contemporáneos nunca sale de la porquería en que vino a este valle de lágrimas.

© Mario Vargas Llosa 2006. Diario El Nacional - Domingo 26 de Noviembre de 2006